Romerías

Romería de la Virgen de la Salud en Tejares


La Chana (Tejares)

Caminito de Tejares,
me diste las avellanas;
partí una, partí dos,
todas me salieron vanas.

¡Ay Chana, Chana!
Como te gustan
las avellanas
¡Ay Chana, Chana!
pa’ ti las pochas,
pa’ mí las sanas.

A la puerta de La Chana
tocaban el tamboril,
por ver si La Chana, Chana
se salía a divertir.

¡Ay Chana, Chana!...

Una vez que te quisí
tu mare me lo supió,
como tiene el genio así
todo lo descompusió.

¡Ay Chana, Chana!...

Que la Virgen La Salud
te conserve bien la vista
y si un día te echas novio
no te salga estraperlista.

¡Ay Chana, Chana!...

 Camino a Tejares, RUTH M. ANDERSON

Procesión en Tejares

Cacharrero en Tejares, Candido Ansede

Cacharrero en Tejares, Candido Ansede

Vendedoras de avellanas en Tejares, Candido Ansede

Romeria de la Virgen de la Salud en Tejares, Candido Ansede


Plaza de Toros de Tejares. Autora Ruth M. Anderson

Romería de Tejares. Autora Ruth M. Anderson

-¡Señorita, señorita!... ¡Las avellanas! ¡Lléveme V. las avellanas! ¡Son las mejores y las más baratas! ¡Vamos!¡No me deje usté mal! ¡Pruébelas usté! ¡Saben á gloría! ¡No tengo ni una siquiera pocha.
- Pues mire usté esta: es la primera que cojo y sale vana.
- Una causalídá, señorita; no haga usté caso, son las mejores.
- Pues aquí tiene usté la segunda, que está pocha también...
- ¿Pocha, señorita? no pue ser.
- ¡Mírela usté!
- Una causalidá señorita; si paece mentira... ¡No se vaya usté asin! No coja usté avellanas á esas otras tías, porque son muy malas... ¡Las mías son las mejores!
Fernando Araujo 



LA  ROMERÍA DE TEJARES
(CUADRO DE COSTUMBRES SALMANTINAS)
Por Celso Gomis en Hojas Selectas 1903
QUIËN acertara a llegar a Salamanca el 20 de Junio por la tarde, se creería en una ciudad completamente abandonada. Tanta es la soledad que en tal día y a tal hora reina en las calles de la que en otro tiempo fue brillante emporio de la ciencia.
Desde las primeras horas de la mañana del citado día, en que el vecino lugar de Tejares celebra su fiesta mayor, no se ve más que una larga hilera de gente que cruza el antiquísimo puente romano del Tormes y se pierde entre las nubes de polvo que se levantan de la carretera de la Fregeneda. Al llegar la tarde, apenas queda ya persona viviente dentro de los muros de la antigua Salmántida.
A caballo algunos, muchos en carruaje y a pie los más, todo el mundo se ha trasladado al lugar de la romería.
Pintoresca en extremo es la gran mezcolanza de tipos y trajes que por doquier se ven. Nada diremos de la elegante dama, por ser su traje el mismo en todas partes; pero merecen especial mención, por su modo de vestir, la linda artesana, la airosa charra y la robusta serrana.

Viste la artesana salamanquina falda de vistosos colores, rico pañolón de Manila sembrado de pájaros y flores de brillantes matices, y mantilla de rocador, bordada de lentejuelas y avalorios; adornan  sus orejas largos pendientes de oro, y se confunde con el de su nacarado cuello el brillo de los aljófares de las gargantillas que caen sobre su pecho.
La rica charra, con su bien plegado manteo bordado de oro de ley; su picote, recamado de áureas palmas y de finísimas perlas; su jubón negro de ajustadas mangas, por cuyos extremos asoman los puños, de delicado encaje; su toquilla de blonda, ricamente bordada, que, bajando de los hombros, le rodea la cintura y formando lazo cae en airosos colgantes a lo largo del manteo; su lindo rebocillo o mantilla terciar que, prendido en la cabeza, le cae suelto sobre los hombros; su blanca media calada y su ajustado zapatito escotado; sus enormes collares de galapago, de oro macizo, mezclados con gargantillas de aljófares y corales; sus valiosos pendientes de estribo y sus anillos de teja, constituye uno de nuestros más pintorescos tipos provinciales, siendo una verdadera lástima que la niveladora moda vaya haciéndolos desaparecer.
La serrana viste zagalejo corto de bayeta verde, amarilla o encarnada, que abulta extraordinariamente sus caderas; pañuelo de lana con grandes flores bordadas,  que le cubre hasta un poco más abajo de la cintura; media blanca, zapatos sin tacón y grandes lazos negros, y lleva el cabello peinado hacia atrás con moño de picaporte. Algunas cubren su cabeza con enormes sombreros de paja de centeno, gorras los llaman ellas, adornados con pequeños espejos, lazos de papel de color y caprichosas guirnaldas y penachos de paja.
También es digno de describirse el traje de los charros y serranos. Viste el primero calzón corto y ajustado jubona de cuadrado escote, que deja asomar la blanca y bien bordada pechera de una camisa sin cuello, abrochada con un solo botón de oro del tamaño de una moneda de cinco duros; chaqueta corta y de manga estrecha, con botonadura de oro o de plata; botín de cuero, que forma una sola pieza con el recio zapato y se abrocha encima de la pantorrilla; ancho cinturón llamado de media vaca, y sombrero de castor o de pana provisto de grandes alas.

El serrano lleva pantalones anchos, generalmente azules; faja de lana con borlas verdes, que le cuelgan por detrás; chaqueta también ancha; pañuelo de algodón atado al cogote y, encima de este pañuelo,  sombrero de fieltro, cuyas anchísimas alas se mantienen horizontales por medio de cordones unidos a la parte superior de la copa.
Los coches van llenos de bote en bote, llevando mucha más gente en la cubierta que en el interior. Muchos de los jinetes llevan a grupas a la mujer o a la novia. Por todo el camino no se oyen más que cantares y voces que se dirigen unos a otros los amigos que tienen la suerte de verse por entre la espesa nube de polvo que se levanta de la carretera.
Una vez en Tejares, lo primero es ir a la iglesia, que es bastante espaciosa, sin que ofrezca particularidad digna de ser mencionada. La Virgen, cuya fiesta se celebra, está situada en un altarito al pie del presbiterio, al lado de la epístola, y sólo se oye el sonido de los céntimos al caer en la bandeja que hay en el suelo, delante de la imagen.
Esta no está muy adornada, si se tiene en cuenta la gran afición de los charros a emperejilar las imágenes. Yo he visto una de Jesús crucificado con los brazos y las piernas materialmente cubiertos de lazos y cintas de vivísimos colores, y otra con un manteo de charra, ricamente bordado, que le llegaba hasta
los pies, y un mantón de Manila que le cubría el pecho y los brazos; he visto una imagen de María con traje de charra y una cartera de viaje, y otra de San Roque con los brazos y piernas cubiertos de collares, gargantillas, pendientes y pulseras de oro; he visto... pero sería cuento de nunca acabar referir todo lo que en materia de adornar imágenes he visto en los pueblos de la provincia de Salamanca.
Entre doce y una empiezan los labradores a dirigir sus plegarias a la Virgen. Colocados en grupos de tres y pasándose los brazos por los hombros, se sitúan ante el altar y cantan a voz en cuello coplas por el estilo de éstas:

Virgen santa de Tejares,
os venimos a pedir
que nos deis buena cosecha
pa podernos divertir.

Virgen santa de Tejares,
concedednos mucho trigo,
mucho centeno v cebada,
muchos chotos y cabritos.

También las mozas, por su parte, cantan algunas como las siguientes: 

Virgen santa de Tejares,
por el poder de tu Hijo,
quita el novio a mi vecina
y haz que se case conmigo.

Virgen santa de Tejares,
quitadme la tentación
de casarme con un viejo,
que con un mozo es mejor.

Virgen santa de Tejares,
concededme lo que os pido:
un charro con muchos pares
pa que se case conmigo.

Terminadas estas oraciones, hay que  ir a comer al prado, encima de la ya medio agostada hierba y bajo un sol abrasador.
Apenas se puede pasar por entre las innumerables familias que, formando corro, están sentadas en la pradera, alrededor de humeantes cazuelas, o bien comiendo besugo en escabeche u otros fiambres, y teniendo al alcance de la mano un descomunal puchero lleno de vino, que no se deja en reposo ni un solo momento. Una vez vacío, a llenarlo de nuevo al próximo ventorro; y como el que va por él ofrece de beber a cuantos amigos encuentra al paso, al llegar de nuevo al corro vuelve a estar ya medio vacío.
No es uno de los espectáculos menos curiosos el de esa procesión de hombres que de continuo van y vienen con el puchero en la mano.

Difícilmente se encontrará otra gente más aficionada al mosto que la de esta buena tierra de Salamanca.
Llega uno a un ventorro y lo primero que hace es pedir una pinta. Sí llega otro, el primero le ofrece su vaso; el segundo bebe en él y, para no ser menos, pide otra pinta y ofrece de beber al primero.
Llega un tercero, le brindan con sus vasos los dos que le han precedido, y él, en justa correspondencia, pide a su vez una nueva pinta; de manera que hay hombre que se pasa toda la tarde en el ventorro aplicando los labios a los vasos de todos los que entran allí a beber.
Yendo de viaje, el botillo del mayoral se llena en cada uno de los ventorros que se encuentran al paso, que por cierto no escasean, y por su parte los viajeros nunca dejan de tener un par de botellas llenas en las bolsas del carruaje. Y botillo y botella pasan de boca en boca y se vacían para volverse a llenar de nuevo. El botillo de vino viene a ser para los de este país lo que la paz en las iglesias de los pueblos catalanes: todos ponen los labios en ella. Un trago de vino se ofrece a todo el mundo y nadie lo rehusa.
Terminada la comida, los cabezas de familia se tumban a la bartola, los chiquillos duermen apoyando la cabeza en la falda de su madre y los jóvenes retozan por la pradera, pegando unos chillidos capaces de ensordecer al hombre de mejores tímpanos. Mientras unos se divierten de este modo, otros bailan la jota con acompañamiento de guitarra, o el charro al son de la flauta y el tamboril.
El que toca estos dos instrumentos va dando pausadamente la vuelta al corro, sin duda para que todos disfruten de la música por igual.
Algunas parejas bailan la rosca, subidas encima de una mesa, y es de ver entonces la ligereza y el garbo con que menean las piernas.
En algunos corros bailan mozas solas, al son de la pandereta tocada por una de ellas, y con acompañamiento de jotas o seguidillas, por el estilo de las siguientes:

Cuando toco el pandero
no sé cantares;
cuando voy para misa,
salen a pares.

A Salamanca la blanca
me quiero dir a vivir,
porque se ganan la gloria
los que se mueren allí.

Virgen de Valdejimena,
entre monte estás metida,
entre Valverde y Horcajo,
Sanchopedro y Sagarcia.

Santa Teresita tiene
una paloma al oído,
y yo quisiera tener
de mi amante el apellido.

Tampoco falta, arrimado a la sombra de la pared de alguna casa, algún corro de gente que escucha con atención a un charro que, sentado en el suelo y con un jarro de vino entre las piernas, canta, mientras otro le acompaña con la guitarra, uno de esos largos romances en que se citan las buenas y malas cualidades de los pueblos de la comarca, de los que ahí van algunos ejemplos:


En La Dueña matan chivos,
en Amatos matan cabras;
en Castillejo, gallinas,
que es comida regalada.
En La Maya cogen peces,
los coge quien tiene maña;
los cogen Juan y Beroso,
porque éstos tras ellos andan.
En Fresno, la buena gente,
aunque la verdad se calla.
En Miguel-Munoz, las pegas ( i ),
que se juntan en cal guarda;
que vamos a echar un baile,
que la Cuaresma es muy larga.
En Monterrubio, las mozas
que decentes son, en casa.
En Conto, las buenas moras,
porque dan muchas las zarzas.
En Sanchi-Tuerto, el ramón,
que es bueno para las cabras.


Al terminar, el cantador bebe un par de tragos, y su compañero empieza a cantar esta otra retahila, no sin haber hecho también honor al jarro, para enjuagarse el gaznate:

Salamanca de altas torres;
Cabrerizas de altas cuestas;
los pollos de Zaratán ;
gallos, los de la Adehuela.
La Torremocha de Naharros;
la alameda de Aldealuenga.
En Calvarrasa de Abajo
la fama, las mondongueras;
en Franco, las buenas viñas;
en Machacón, las bodegas.
En Encinas, labradores,
Los mejores de la tierra
En Beleña, las lechugas,
son buenas pa ensalada,
Las Pocilgas, los cochinos,
que todos se meten guardas,
En Pedro-Martin, la hierba,
que es buena para las vacas,
En Sietiglesias, los bueyes,
que son buenos pa la arada,
En Encinas, carrasqueros,
que gastan mucha fanfarria.
que por no saber arar
tienen perdida la vega.
En Celleruelo, los prados
Malparaiso y La Huelga;
en las Huertas del Camino,
buenas guindas y ciruelas.
En Villagonzalo, el río,
que junto a las casas queda;
los largos de Matamala,
que siete pares rebezan.
En La Granja hay un frailucho
que la administra y gobierna.
En Fermin-Gómez, los pavos,
que los cría la ventera.
……………
……………
En Garcihernández, borrachos
que se van a la taberna:
unos echan a cuartilla,
otros a cuartilla y media.
El que no tiene dinero,
deja la anguarina en prenda;
y el que no tiene anguarina,
le fía la tabernera.

Terminada la canción, aplaude la gente y desfila en distintas direcciones, mientras los dos cantadores se remojan nuevamente el gaznate con otro trago de lo pinto.
A un lado de la pradera, y recibiendo de lleno el sol, hay dos largas hileras de espectadores que presencian el juego de la calva. Consiste éste en clavar en tierra una rama de roble o encina, que forme
un ángulo muy obtuso, y en tirar contra ella, desde cierta distancia, un marro, o cilindro de pizarra, que pesa algunas libras. El que derriba la rama, hace calva y gana un tanto.
En ninguna romería de esta provincia falta un hombre con una espuerta llena de marros para venderlos a los jugadores de calva.
Tampoco faltan una infinidad de pobres de todas edades, pelajes y procedencias, que le siguen a uno por todas partes gritando a voz en cuello Deo gratias, que es su manera peculiar de pedir limosna.
Y, a propósito de pobres, se me ha de permitir una digresión. Los que hay en Salamanca y en casi todos los pueblos de su provincia, constituyen una verdadera plaga. Conocen a la legua al forastero y éste no puede dar un paso en la calle sin verse asediado por legiones de ellos que le siguen hasta la puerta de la fonda, del café o de los monumentos que visita, acosándole hasta en el interior de los templos,  persiguiéndole de altar en altar, con su eterna cantinela del Deo gratias, impidiéndole fijar la atención
en nada. Y desgraciado de él si para deshacerse de su obstinada é impertinente cantinela reparte entre ellos algunos céntimos, porque entonces se ve constantemente seguido por una verdadera procesión de mujeres, hombres y chiquillos, más o menos desarrapados, que no le dejan dar un paso, y le esperan en la puerta de las casas en que entra y en la de la fonda en que se hospeda, para seguirle de nuevo en cuanto vuelve a salir a la calle.
Pues nada digo de lo que sucede cuando se viaja en coches de carrera. Cada vez que éstos se paran, sea para cambiar el tiro, sea con otro cualquier objeto, se ve el carruaje rodeado por una turba de pordioseros que, encarándose con los que lo ocupan, dicen a coro con quejumbrosa voz: «Señorito, déme usted un centimito, que tiene usted la cara más bonita que hay en el mundo,» ú otros requiebros por el estilo, pues en cuanto a aduladores y zalameros nadie les gana a los mendigos de la provincia de Salamanca. Pero precisamente a causa de tanta zalamería, es por lo que se  hacen más empalagosos y pesados.
Mas dejemos ya a los pobres y volvamos a nuestra romería.
Al anochecer, cansada ya de tanto bullicio y jaleo, empieza la gente a desfilar hacia Salamanca. Los carruajes particulares se mezclan con los de alquiler; caballerías mayores y menores pasan por entre unos y otros, y todos juntos levantan una espesa nube de polvo que ciega la vista y tapa la respiración, armando tal baraúnda que acaban por marear al hombre más sereno. Por mi parte, habria perdonado de buena gana la ida a la romería a cambio de no haberme encontrado en aquel pandemónium.
Por la orilla de la carretera, haciendo eses y pegando tumbos, se vuelven también algunos de los que más tributo han pagado a Baco. Uno de ellos canta;

Adios, lugar de Tejares,
que me vuelvo a Salamanca
con los bolsillos ligeros
y la cabeza pesada



CELSO GOMIS







Romería de la Virgen del Cueto


Romería de la Virgen de El Cueto