A matar la vieja


Enrique Esperabé de Arteaga, en su libro "Salamanca en la mano : noticias histórico-descriptivas acerca de la ciudad y sus monumentos, usos y costumbres,..." publicado en 1930, recuerda esta decimonónica costumbre salmantina hoy completamente perdida.
"Como movidos por un resorte, sin que nadie les diga nada ni les recuerde la fecha, los muchachos de Salamanca, el mismo día que media la Cuaresma, se lanzan a la calle y formando grupos, y provistos de garrotes y largos palos, entonan la popular canción:

A matar la vieja
la tía pendeja..

Es sorprendente que jamás se equivoquen los chicos y que ni un día antes ni uno después del  debido, salgan a matar la vieja.
Llama de idéntico modo la atención, que habiéndose perdido en Salamanca lo que constituía su típico y vernáculo carácter, que tanto emocionaba, por radicar en las entrañas de su vida, no se haya extirpado una costumbre poco culta e impropia de la Salamanca Universitaria.
Mas sea por lo que fuere, hay que reconocer y confesar que entre las costumbres que en Salamanca han quedado, está la de matar la vieja"
La Cuaresma conllevaba un periodo de sacrificio y ayuno que, hasta no hace mucho tiempo, implicaba la abstinencia de comer carne y de beber vino, la prohibición de los bailes y cualquier tipo de diversión popular. 
Para los más pequeños, con su conciencia religiosa aún poco formada, las restricciones se hacían poco comprensibles y por ello en Salamanca, como en muchas otras partes de España, se adquirió esta costumbre para que los más pequeños aliviaran los rigores de la Cuaresma. En alusión a la representación de la Cuaresma como una vieja arrugada se la denominó "matar la vieja", aunque recibe distintos apelativos en cada zona ("serrar la vieja", "serra la vella", "quemar la vieja", "vieja remolona",...)
Fundamentalmente consistía en recorrer las casas de los vecinos entonando la coplilla y solicitando a cambio comida y golosinas para hacer una merienda. Generalmente, su solicitud era atendida, pero en caso contrario eran abucheados e incluso sus casas eran apedreadas y golpeadas. Solían acompañarse de un muñeco que representaba a la vieja que después era colgado, golpeado y quemado.
Con la relajación de los rigores de la Cuaresma, la fiesta fue perdiéndose hasta caer en el olvido.